lunes, 21 de abril de 2008

EL NEGRO MASCARILLO


Por: Jesús Heriberto Navarro S.

El cuerpo relajado en la guarnición del traslapo de lustroso roble de la angarilla, ajustada al lomo del jamelgo, sus piernas largas adornadas por las “trespuntá” de látigo; haciendo la perfecta equis sobre el borde de la tabla de la cruz del rocín. A pesar del velo ensombrecido de los años, su rostro reflejaba la expresión de las evocaciones escondidas de sus días más agraciados; la colilla del tabaco estrangulado por las comisuras de sus labios; el olor penetrante de la hierba húmeda, confundida con los residuos del jabón de monte del baño de la víspera. El sombrero de concha cubría el pelo encenizado por la alborada del otoño de los años. Perdido, como en el texto de Borges, “…en el laberinto del misterio”. Sus oídos prestos distinguían a lo lejos el eco del canto acompasado del decimero y repentista.

El eco del juglar de artes olvidadas, estremecía y agitaba su pensamiento de veloz porfía:


Yo soy el Caimán pasero

que persigue a la babilla,

cuando me arrimo a la orilla

porque tragármela quiero.

Era la décima de Dimas José retocando el canto criollo, perpetuado con penetrante nostalgia en los recuerdos del "marutero". La brisa tempranera consigue sacarlo del marasmo, solo se escucha el golpe áspero de la “mariangola” sobre las cajas de madera seca, que obligan al castaño a apurar el paso, perdiéndose en la trocha de hojas rancias que presagian el olvido.

Aquí, donde las costumbres y tradiciones culturales están relacionadas con el medio natural, en el que las narraciones, leyendas y cantos hilvanan el hilo de las tertulias en las sosegadas noches sabaneras, da gusto escuchar a SAMUEL.

A sus 92 años cumplidos, es un goce oír a este patriarca de fuerte voz y entusiasmo infinito, testigo de excepción de la lucha, el coraje y el aporte a la fiesta brava de su Padre, Don NARCISO PINEDA ACOSTA.

Nos referimos en estas líneas a SAMUEL PINEDA LASTRE, persona de “tuerca y tornillo”, uno de los hijos de esta dinastía, nacido justo catorce años después del inicio del siglo pasado. Relata en esta ocasión, una de las evidencias que enriquecen la memoria colectiva o tradición oral.

SAMUEL Cuenta, que cuando repasa los sibilantes compases de los vaqueros en las frescas madrugadas, evoca ineludiblemente la imagen de la corraleja y con nostalgia perdurable instruye el relato; su cuento añade garbo y satisfacción de sabor castizo, empapado en las aguas vivas del habla popular, sus palabras irradian la gama subyugante de sus pinceles delineando la quimera.

Para los años de la indiferencia, sofocada la hegemonía conservadora en el país, saltó a la arena de la plaza de Sincé un Toro "Negro Mascarillo", cornidelantero, astifino, muy bien puesto de cabeza, era otro de esos ajiceros pineanos.

Era un toro formidable, hondo, apretado de carnes, de hermosa lámina y colosal trapio. Un ejemplar criollo cienaguero, parido en “San Bartolo” y criado en las tierras de misterio de la Marquesita, fue acaso el más enlutado y espeluznante que halló NARCISO PINEDA ACOSTA en su ganadería.

Algunos "paseros" le veían con frecuencia en verano, en los zapales de la “Boca del Purgatorio”, arriba del caño de Doña Ana, entre árboles anfibios adornados por monos colorados aulladores, las pollas de agua de patas verdes y el vuelo frugal de garzas y cucharos. Habían transcurrido sus seis años largos entre las sabanas verde esmeralda del "rincón de la tenuta" y los veranos intensos de las tierras de Guaso.

Su comportamiento agreste, no había permitido trasladarlo a la plaza los años inmediatamente pasados y ni la misma luz y calor asfixiante del fuego le intimó a salir para la época; solo una celada de aquellas que nuestros mayores sabían disponer con destreza, permitió apresar al rústico que, a “cuello de buey”, embebido en el canto y compás de los vaqueros, le condujeron al mismo “Infierno”.

Así era denominada la huerta, que permitía el reposo de los toros Narcizanos, potrero ubérrimo, ubicado en los alrededores del Municipio, de donde partían a la plaza de Sincé los que se lidiarían a golpe de campana y el zarandeo de canillas la tarde de la patrona. Atrás habían quedado las tierras tigreras del Algarrobo y las vegas del San Jorge, explica SAMUEL.

Iniciado el danzón en el cornetín de Marcial, con alegría asomó el toro detrás de sus marfiles, palpitaba el corazón de los presentes, el cimarrón limpió el interior del esqueleto de guaduas y madrinas verdes, un verdadero bellaco se hacia presente, hostigando con fuerza y ferocidad desde la misma querencia de chiqueros, a la cabalgadura del garrochero de la casa Ruizana, VALERIO.

Un jinete corajudo, fundido en el acero de la tierra, irreprochable doma y “estampa de superior” en el mejor decir de GARCILAZO, montaba esa tarde a un tordillo del hierro de JUAN ANTONIO, caballo con buen temperamento, generoso de galope, asombrosa soltura, velocidad para la salida y arrojo para llegar de poder a poder.

Iniciado el acecho, de cinco trancos partió la plaza en dos y con excepcional voracidad llegó a la misma jurisdicción del caballo; fundiéndose en el aire la malaventura, el olor a estricnina y yodo se hizo mas intenso, cuando apretó con nervio y codicia a la resuelta cabalgadura del imperturbable y consolidado jinete.

En su envestida proyectaba tornillazos con el arma de su gloria, a la grupa soslayada, cornadas inconclusas disipadas en el azul infinito de septiembre. El cuadrúpedo amparaba su integridad, mientras las gargantas gritaban frenéticas a lo largo de las tres vueltas a que forzó el huraño.

En este punto y aparte entró en escena CAMILO GALINDO, vestido de suplicante valentía, cito de frente a la misma muerte, queriendo salir de la guadaña con astucia y de la manera más limpia, cuarteó por el derecho, describiendo con su cuerpo una trayectoria redonda hacia el toro, ganándole terreno... El animal pasó apenas unos centímetros de su espalda, trazando la cornada que de forma alguna desenlaza.

CAMILO había emboquillando las anillas de sus entorchadas abarcas en las mazorcas de la cornamenta en primoroso lance, sin consumar por completo la temeraria añagaza, pues el dañino le persiguió con brío hasta batirlo y descargarle un estrujón, tirándoselo encima de sus lomos anchos y musculosos.

Esa tarde de sol de oro bruñido, desde la quinta guadua salto JUAN PINEDA arriesgándolo todo, a toro pasado, se colgó de la moña teñida con el índigo del tinte de la víspera que ataviaba la testuz de la alimaña, quedando a merced del resuelto, que lo calzó en las cunas de sus puntales curvos, sin el desenlace propio que simulaba la tragedia.

El colosal mascarillo por su rauda y grosera acometida, inflamaba las gargantas de todos los presentes. Para SAMUEL, era el más bravo que distinguiera la centena.

Esa tarde delirante para el montado y los de a pie tuvo un solemne desenlace, mientras VALERIO y su veloz tordillo superaban su destino y JUAN vociferaba airado su atrevimiento, la fiera "SAN BARTOLINA" iniciaba su propia liturgia; congestionado y agonizante, fruto de su fiereza, se derrumbaba en la arena de sangre tendida.

La suerte se había consumado; el salvaje y arisco moría en la mismísima médula de la corraleja exhausto en su bravura, para gloria y encanto de esta tierra de honda tradición corralejera.

Cuentan que desde entonces, en noches de luna llena, por todo TACASUAN se percibe el mugir de un toro correteando el aura de un caballo que cabalga la eternidad y el canto lúgubre de vaqueros que emplazan al Mascarillo.

2 comentarios:

ISA dijo...

Hola jesu
EXELENTE. gracias por el cariño que tuviste a papa,ISA

Sincé dijo...

Isabel, es un deber moral, pues fue un faro que iluminó el sendero Pineano.