(...) He llorado Señora, pero mis lágrimas carecen de elocuencia, he suplicado mucho, mucho, pero mi aliento corrompido en la maldad, tal vez no llegará a tus pies. María dulce Madre, tú que conoces el lenguaje de tus hijos, traduce el mío balbuciente y torpe; aclara mi humilde petición y se tú quien me interprete para con Jesús: Dile que no se hablar, que mi lengua de mortal sólo vierte frases en el idioma de los hombres.
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