domingo, 3 de diciembre de 2023

GABRIEL ELIGIO GARCÍA MARTINEZ EL TELEGRAFISTA

Jesús Heriberto Navarro S “Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.” - Juan Rulfo, Pedro Páramo
En el primer día de diciembre de la alborada del siglo 20, el sol se levantó en el horizonte y comenzó a elevarse lentamente hacia el cielo. Brillaba con la intensidad de adviento, envuelto en aura dorada que iluminaba todo lo que tocaba, presagiando la exclusiva de que uno de los mejores momentos para la literatura universal se avecinaba en el concierto de las letras, el amarillo asombroso de los racimos de flores amarillas revelaban un inusual toque de color y alegría, Era como si el mundo entero se llenara de magia y misterio. Mientras tanto en la humilde casa de Argemira García ubicada en la esquina noroccidental de la Placita de la Cruz del entonces poblado de San Luis de Sincé, nacía Gabriel Eligio García Martínez, el Telegrafista. La casa de boñiga y caña amarga de Argemira, era una construcción modesta, cuyo techo estaba cubierto de cerosas hojas de palma. Parecía una casa normal a simple vista, pero al acercarse a ella se notaban los detalles mágicos que la hacían única. Ese primer día de diciembre, los árboles se inclinaban a escuchar el llanto estridente del niño que limpiaba sus pulmones de los fluidos, justo en el momento en que Josefa Castro cortara el cordón umbilical con unas tijeras doradas que resplandecían bajo la luz de la luna. Los vecinos acompañaron con alborozo la noticia del nacimiento, con la certidumbre poderosa y evocadora que perpetúa la importancia de la naturaleza y su capacidad para sanar y consolar. Josefa concluyo aquel momento traumático con una premonitoria revelación: “Argemira este va a tener un nombre que nadie lo tendrá. Y de tus hijos va a haber algunos famosos”. Una sospecha que tardó sesenta y seis años en cumplirse, el horizonte literario la confirmó en Cien años de Soledad. Gabriel Eligio García Martínez, hijo de Gabriel Martínez Garrido, a quien, como al poeta cartagenero Luis Carlos López, le conocieran como “El Tuerto”, nacido por allá por los años (1872-19) , predestinado para la pedagogía a domicilio. La educación a domicilio era una práctica estupenda y transformadora que podía cambiar la vida de los estudiantes para siempre. Hombre de gran elegancia y distinción, la pulcritud del protocolario liquiliqui, un traje hecho a medida de tela de algodón blanco, de cuello redondo, ataviado con botones de oro; practicaba la enseñanza a caballo y puerta a puerta, en uno de tres equinos que tenía para el oficio, los cuales pastaban en la restringida huerta de su propiedad, llena de contrastes prodigioso, con forraje encantado, donde los árboles frutales corpulentos y frutas de colores vibrantes; dispuesta en la franja fértil de “La Loma Grande”. Sus sellos místicos y la exaltación mental de sus huracanadas pasiones, hicieron que este hombre, con la precisión de un matemático, trazara una manga divisoria sin inquietarle desaprovechar tierras de su propiedad e incurriendo en costos redundantes, solo para satisfacer su presunción y no ser “vecino de su vecino”, con el cual no tenía buenas relaciones personales . Quienes lo conocieron y trataron se asombraron de su memoria perfecta, ya que podía grabar todo lo que veía y oía con una sola lectura. Esto le valió ser reconocido como un excelente pedagogo. Martínez Garrido, también se desempeñó como Registrador del Circuito de Sincé por los “años de la indiferencia”, es decir, durante los primeros años de la década del siglo pasado, Pero renunció porque no se sentía capaz de ajustarse a los horarios establecidos y a un ambiente laboral opresivo, o esa cultura restrictiva. La madre de Gabriel Eligio, Argemira García Paternina (1887-1950) bisnieta del español Pedro García Gordón , había nacido en San Juan Bautista de Caimito, hoy departamento de Sucre, hija de Aminadab García Gordon y una dama de Sincelejo, María de los Ángeles Paternina Bustamante. Tal vez, por confabulación de los azares de la vida, los bisabuelos de las líneas paternas y maternas son españoles. La familia de “Gime” o Argemira, se había traslado de las Aguas encantadas del San Jorge a las sabanas de Sincé, muy seguramente, huyendo de la persecución de la cual habían sido víctima por los despojos de tierra imperante en el San Jorge a finales del siglo XIX . Conocida la presencia en Sincé de la nueva habitante, una joven bonita, elegante, esbelta y de estatura espigada, empezó a ser asechada por varios pretendientes; la partida la ganó Gabriel Martínez Garrido, quien a pesar de ser ya un hombre de 26 años y casado, y ella de trece, obtiene precipitosamente el permiso para dar clases gratuitas y a domicilio a la joven recién llegada. Imaginemos por un instante a un maestro de pedagogía a domicilio que llega a la casa de una bella estudiante de 15 años, al entrar en la casa, el maestro siente esa energía especial que lo envuelve, como si el lugar estuviera lleno de sortilegio y enigma. Donde las paredes parecen respirar, y los muebles aconsejan como si cobraran vida propia. “…Desde la primera noche de luna, ambos se hicieron trizas los corazones con un amor de principiantes feroces.” A lo mejor por aquello de las cosas del corazón, o de las maravillas del destino, Argemira, o Gime para la vecindad, fue seducida y embarazada sin ningún resentimiento, quién sabe si por la posición incondicional de Gabriel Martínez Garrido, descendiente de una familia prestante del pueblo, o por estar predestinados para que de esa relación irrebatible naciera Gabriel Eligio García Martínez, signado a su vez para procrear a uno de los superiores exponentes de la literatura de habla hispana, el ciudadano universal, Gabriel García Márquez. De Argemira García Paternina, se puede decir que era una mujer luchadora, la sociedad no la repudió porque tuviera siete hijos con cuatro hombres diferentes, porque desde su primera indiscreción de bisoña y ese mundo de ensueño vivido, nace su primer hijo: Gabriel Eligio. La Niña Gime con franqueza y sin tapujos, siempre abrigó la cándida esperanza, de que el próximo hombre que la pretendiera se quedaría a su lado para siempre; como lo definiera su nieto en el Amor en los Tiempos del Cólera: “…No sintió la conmoción del amor sino el abismo del desencanto”. Así nacieron después de Gabriel Eligio, Luis Enrique, hijo de Luis Alfredo Olivero; Benita, Gabriel Julio y Ena con Santos Bejarano, y Eliecer Carmelo y Adán Reinaldo con Adán Núñez. Para la familia, mamá Gime, y, para el resto de la sociedad la Niña Gime. “Niña”, apelativo que en el caribe de entonces estaba reservado a mujeres “consideradas”. Manifiestamente está errado el historiador Gerald Martín, uno de los ilustres biógrafo de Gabo, pues a su juicio la niña Gime encaja en el personaje de Pilar Ternera. Gabo se expresa así de su abuela Gime: “(…) a medida que crecíamos la mamá Gime seguía pareciéndome más simpática y deslenguada. Tenía una bella nariz romana y era digna y pálida y más distinguida que nunca por la moda del año: vestido de seda color marfil con el talle en la cadera, collar de perlas de varias vueltas, zapatos de trabillas y tacón alto, y su sombrero de paja con forma de campana.” Las dificultades económicas no fueron pocas, A Gime le toco la tarea fantástica y transformadora de administrar las monedas para compensar las apremiantes necesidades de sus hijos, como a Aureliano Segundo y a Petra Cotes después del diluvio, “…le tocó celebrar misas de pobreza durante muchos de los años de su vida” . Ello fue una aventura emocionante y llena de sorpresas. Madre, e hijos trabajan juntos para crear un futuro financiero sólido y seguro, y aprender a valorar la jerarquía de la responsabilidad y la independencia. Permítanme entonces hacer una digresión, recurriendo al texto preciso, que Gabo solazara en su obra: (…) a veces los sorprendían los primeros gallos haciendo y deshaciendo montoncitos de monedas, quitando un poco de aquí para ponerlos allá, de modo que esto alcanzara para contentar a Fernanda (la reina), y aquello para los zapatos de Amaranta Ursula, y esto otro para Santa Sofía de la Piedad que no se estrenaba un traje desde los tiempos del ruido, y esto para mandar hacer el cajón si se moría Ursula, y esto para café que subía el centavo por libra cada tres meses, y esto para el azúcar que cada vez endulzaba menos, y esto para la leña que estaba mojada por el diluvio, y esto otro para el papel y la cinta de colores de los billetes, y aquello que sobraba para ir amortizando el valor de la ternera de abril, de la cual milagrosamente salvaron el cuero, porque le dio carbunco sintomático cuando estaban vendidos casi todos los números de la rifa. “ERAN TAN PURAS AQUELLAS MISAS DE POBREZA". Como era propio de la época, por no ser hijo del matrimonio, Gabriel Eligio García Martínez tomó el apellido materno, igual como le sucedió a su padre Gabriel Martínez Garrido, que a su vez era hijo de quien deberíamos llamar “El reproductor de las sabanas, o semental criollo”, don Leandro Garrido Piñeres, de origen Momposino, quien a mediados del siglo XIX llegó a Sincé, donde se establece mientras su hermano el Padre Gabriel Antonio Garrido , atendía las feligresías en los templos de San Pedro, Buenavista, Galeras, San Benito y el reguardo de Jegua. A propósito de ese resguardo, el padre Garrido entra en desavenencias con Felipe Tercero de la Ossa Vázquez, el cuarto de la dinastía de los de la Ossa, quien reclamaba tierras a la fuerza, y a él lo acusa de estar sustrayendo los ornamento del templo que ya estaba en profunda decadencia. Por eso, solicita a sus superiores el traslado definitivo a Sincé, donde se establece desde 1885 hasta su muerte el 20 de mayo de 1912. Curiosamente, es el nombre Gabriel el cual lleva el ilustre sacerdote hermano de don Leandro, el que comienza a repetirse (Gabriel Martínez Garrido, Gabriel Eligio García, Gabriel García Márquez y muchos Gabrieles hasta hoy), solo que Gabo rompió el hechizo, según cuenta el doctor Elmer De la Ossa, “…no podía honrar la línea que no le hacía gracia y a la cual no estaba ligado emocionalmente”, concluyendo con puntualidad de relojería, aquí se puede aplicar el dicho sabanero que “el manoseo es el que curte”. Al destacado sacerdote Gabriel Antonio Garrido se le debe la construcción de la monumental y hermosa iglesia de corte neoclásico que es hoy templo parroquial de Sincé. La historia registra que en 1889 la antigua iglesia de techo pajizo se había quemado con sus archivos junto con ochenta casas y el padre encabezó la quijotesca causa de construir una nueva en mampostería y que fuera inaugurada en 1906. En estas regiones siempre se ha dicho que los curas se hacían acompañar de un hermano o cualquier familiar varón por aquello de que ellos nunca tienen hijos, sino sobrinos . En esa aventura emocionante, el niño crece, y empieza a descubrir su verdadera vocación, encuentra en la lectura una peripecia fascinante. Los objetos, los personajes y animales cotidianos se convierten en seres fantásticos que cobran vida ante sus ojos. Los animales se comunican entre sí y los árboles susurran secretos al viento. Sus cuentos fabulosos eran una especie de exploración de los misterios de la vida y la muerte, la realidad contra la fantasía, y los límites de su propia existencia. Su narrativa inverosímil, repleta de creatividad, se caracterizaba por la exageración de los hechos y los escenarios. El hechizo de sus cuentos solía incomodar a los jóvenes de su tiempo, que no entendían aquel estilo especial y fantasioso de referir historias y anécdotas. En el mundo del realismo mágico, la narrativa exagerada es un estilo literario que se caracteriza por la exageración de los hechos y las situaciones, y que a menudo se utiliza como una forma de crítica social o política. En resumen, la narrativa exagerada es un estilo literario que se caracteriza por la exageración de los hechos y las situaciones, y que a menudo se utiliza como una forma de crítica social o política. Debido a dificultades económicas, Gabriel Eligio abandonó sus estudios de medicina. Para sobrevivir, se vio obligado a aprender los secretos de la comunicación a distancia, utilizando señales intermitentes de señalización eléctrica emitida por el espinoso y poco descifrable Alfabeto Morse. Sin embargo sigue con el vicio pernicioso de ejercer habilidades curativas derivadas de su vocación inicial, lo que finalmente le permite ser reconocido como Médico Homeópata. Gabriel Eligio heredó los recónditos e íntimos secretos de la transmisión a larga distancia de mensajes cifrados de amor del poeta Pejota Romero, su fina galantería de tenorio macizo, nada menos que de su abuelo Don Leandro Garrido Piñeres, quien fuera un ilustre momposino, dedicado al comercio y la ganadería, consiguiendo amasar una gran riqueza y dando origen a varias familias disgregadas por toda la región de Sabanas y el San Jorge. Es preciso rematar la curvatura del círculo, Don Leandro al lado de Sotera Martínez, conciben a Gabriel Martínez Garrido. Así las cosas, Don Gabriel debería haber llevado primero el Garrido, al igual que todos los demás parientes, el Garrido era un sombrero pasmoso, capaz de conceder deseos a quien lo usara con sumisión y religiosidad. Nunca se detuvo a enfrentar la incertidumbre del futuro, pero el instintivo social del entorno, le exigen viajar en una de las tantas migraciones internas que vivió el país los primeros treinta años del siglo pasado, a la zona bananera de la antigua provincia de Padilla, a donde su oficio le generara mejores condiciones de vida; con sus manos habilidosas y su imaginación lujuriante, transmitir las noticias de cualquier destino que llegaran. Se instaló como radiotelegrafista y boticario, primero Aracataca, pueblo, que echó de ver con fascinación, luego los pueblos de la falda altanera de la Sierra Nevada de Santa marta, donde vivió el drama ensangrentado de la zona bananera con su eterna culpabilidad; hasta avivadamente estacionar en Barranquilla, convirtiéndose en un prestigioso homeópata acreditado por su iniciativa y eficacia. Era una especie de genio estupendo con dotes de vidente; entendido como ninguno de las diferentes disciplinas del conocimiento, fue médico homeópata autodidacta, violinista, telegrafista, poeta irredento, pero lo mejor que concibió fue sus 15 hijos. El noviazgo tormentoso con Luisa Santiaga Márquez Iguarán fue de ficción, las cartas que se cruzaban entre ellos reemitían señales misteriosas y contradictorias, era una especie de conexión telepática que les permitía sentir lo que el otro piensa y concibe. García Martínez plasmaba sus sentimientos y reflexiones de una manera creativa y secreta, mediante versos clandestinos a Ana Santiaga, que era una criatura mágica que deslumbraba con su belleza y su gracia, llevando consigo todo el poder de la bondad, por ello todos la pretendían. Por la idiosincrasia particular del Coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, padre de Luisa Santiaga, Gabriel Eligio era algo así como el resultado siniestro de una conjunción astral y un vaticinio, que tiene una marca y un destino descomunal; las indagaciones del avezado militar, concluían que no solo tenía dos hijas fruto de amores furtivos, como la marca imborrable de ser hijo de una relación de adulterio. Este romance tan complicado sería la inspiración, seis décadas después, para el libro El amor en los tiempos del cólera. El niño Gabriel José, al que llamaban cariñosamente Gabito desde entonces, se quedó con sus abuelos en Aracataca, mientras sus padres se establecían en Barranquilla, donde Gabriel Eligio se dedicó a la farmacia y a la homeopatía. Con Luisa Santiaga Márquez Iguarán tuvo 11 hijos, sumando dos antes del matrimonio y dos después. Sabía que el fondo de su espíritu de galán satisfecho, sus sentimientos de adonis reflejaban ¡el perfecto reproductor! A pesar de su comportamiento sólido de caminante y coquetón apretado, que creía en el amor como un estado de gracia, fue un buen padre que no dispensara de ningún modo, no ver colgado en la pared los títulos académicos de sus hijos. En los espejos de sus sueños quería ver irradiado en sus descendencias lo que el no pudo conseguir por los aprietos económicas. Gabriel Eligio siguiendo el rastro de mejores oportunidades para su familia, acosada por las penurias económicas y sometidas por el infortunio de los tiempos ignominiosos de Cataca, decide explorar nuevas dimensiones, donde lo imposible se volviera posible, donde lo extraordinario retornara a la lucidez. Por su espíritu de migrante y su capacidad de encontrar la felicidad en las cosas simples de la vida retorna a la simiente, es decir a la tierra que lo parió. Junto a Luis Enrique y Gabriel José, sus hijos, llegaron a San Luis de Sincé entre el aroma embriagador de la mazamorra que se cocinaba en las hornillas de los traspatios. Referimos a manera de testimonio fiel, un aparte de VIVIR PARA CONTARLA (...) "Siempre he relacionado la guerra del Perú con la decadencia de Cataca, pues una vez proclamada la paz mi padre se extravió en un laberinto de incertidumbres que termino por fin con el traslado de la familia a su pueblo natal de Sincé. Para Luis Enrique y yo, que lo acompañamos en su viaje de exploración, fue en realidad una nueva escuela de vida, con una cultura tan diferente de la nuestra que parecían ser de dos planetas distintos. Desde el día siguiente de la llegada nos llevaron a las huertas vecinas y allí aprendimos a montar en burro, a ordeñar vacas, a capar terneros, a armar trampas de codornices, a pescar con anzuelo y a entender por qué los perros se quedaban enganchados con sus hembras. Luis Enrique iba siempre muy por delante de mí en el descubrimiento del mundo que Mina nos mantuvo vedado, y del cual la abuela Argemira nos hablaba en Sincé sin la menor malicia. Tantos tíos y tías, tantos primos de colores distintos, tantos parientes de apellidos raros hablando en jergas tan diversas nos transmitían al principio más confusión que novedad, hasta que lo entendimos como otro modo de querer" Su imaginación infinita no tenía límites, soñaba con montar una farmacia en la gran plaza principal, donde el tiempo se detenía y la vida se desbordaba, ofrecer a sus clientes no solo medicinas, sino también esperanza y alegría, siendo el guardián de la salud y la felicidad de la pequeña villa. Encontró la casa perfecta como la soñada en una esquina encantada, donde las paredes cambiaban de color, las ventanas mostraban paisajes diferentes, los alcaravanes como fantasmas entonaban en las noches, mientras las puertas llevaban a lugares inesperados. La mañana siguiente a su arribo, encontró a su padre Gabriel sentado en un antiguo taburete en el patio lleno de embrujos disimulados, percibía la voz de los árboles fenomenales que le hacían compañía y susurraban las pajarotas de otras cosechas. Los racimos de mangos enormes fingían formidables árboles de resplandeciente navidad. Para sus nietos, no fue una expresión de cariño de abuelo tacaño el regalo de un delicioso mango para que lo compartieran. No se quejaban ni protestaron, era un mango especial, que solo crecía en el árbol que el abuelo había plantado y que tenía el poder de conceder deseos; cada vez que compartían uno, podían pedir lo que quisieran, generalmente, una travesura. El primer domingo de la primera semana de inquilino presumido, fue presentado con sus dos hijos a la diestra del altar mayor de la Iglesia de la Natividad, donde descifró con precisión el fascinador universo celestial de las notas de su violín de cuerdas frotadas. Aplomado y diáfano, interpretó como ninguno a Bach y con la destreza de virtuoso a Paganini. A Sincé se mudaron después de lo explorado por Gabriel Eligio: no sólo con los hijos, sino con la abuela Mina, la tía Mama, ya enferma, y ambas al buen cargo de la tía Pa . Matricularon a sus hijos en el colegio bilingüe del seminarista tomasino Luis Gabriel Mesa Castillo , donde el nobel aprendió con avidez la lectura y escritura, bebió en la fuente bajo un primitivo escritorio de madera, la recopilación medieval de cuentos orientales y relatos enmarcados: Los Cuentos de las Mil y Una Noche. Pero la alegría de la primicia duró poco, la tía Mama, ya aniquilada por el padecimiento nunca se había sentido a gusto allí, siempre extrañaba su pueblo, su familia, sus costumbres, sus ojos se iban apagando, como las luces que la cegaban. Su cabello se iba cayendo y tornándose gris como el cemento, Gabriel Eligio concluye que estaba enferma de desarraigo y decide regresar todos a la vieja casa de Cataca, ¡Arriando el Burro con el Sombrero! No hay peor suerte que no saber leerla, para un errante como Gabriel Eligio que como los Gitanos, también hizo posible a Cien Años de Soledad. RIFLAZO María del Pilar Rodríguez – Gabitera revive la argumentación del hijo que desconocía a su padre: (…) Gabito parece hijo de purina”, dijo hace décadas un buen día Gabriel Eligio García Martínez, para hacerle ver al mundo que parecía que uno de sus hijos hubiera sido criado solo por su madre y la fuerza de hombre se la hubiera dado un concentrado… Una expresión que la historia ha comprobado, no obedece a que Gabriel José García Márquez no quisiera a su padre, sino porque a fuerza de contar tanto quién era su abuelo y su madre, no dejó espacio en su legado para aclarar finalmente quién fue su papá, por lo menos para aquellos que no lo ven claramente retratado en un par de románticos apartes de El amor en los